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Julio Rodiño Durán

Director Editorial

Edición

La innovación como actitud

Durante los últimos años se ha utilizado y discutido con más fuerza que nunca el concepto de innovación, hasta el punto que, seguramente sin ninguna intencionalidad negativa, se ha desdibujado su significado. Hace ya un tiempo ha surgido una categoría especial de innovadores: los emprendedores de startups. Son una nueva generación y jerarquía de empresarios jóvenes comúnmente ligados a las TI (tecnologías de la información), con una cultura propia que les entrega una identidad muy definida. Son desprendidos, desapegados y relajados pero muy organizados y rigurosos; usan muchos términos en inglés y trabajan en espacios comunes; su herramienta principal es el smartphone y todos, en cierto modo, quieren cambiar el mundo. Los motiva principalmente ser dueños de su espacio y tiempo. Llevan la cultura colaborativa en su ADN y se financian gracias a internet y las redes sociales a través del crowdfunding. Son considerados hoy como la esencia de la innovación.

Es muy valorable e innovadora su postura ante la vida, la forma de relacionarse y las herramientas que usan. Ahora bien, no está muy claro cómo se definen ante la innovación. Tienen una cierta tendencia a sobrevalorar lo novedoso y quizás este sea su punto débil a la hora de autodefinirse como innovadores. Algunos mal definen la innovación como una manera de provocar asombro “inventando” soluciones.

Es así como, según ellos, mejorar lo existente no es innovador, sino solo una evolución a partir de lo que ya es o está. Esto es parte de la mal concebida definición de innovación que tiene el público general. Se piensa que cuando el cambio no provoca asombro o sorpresa no es innovador.

¿Qué es entonces la innovación realmente? Una definición general de innovación es la que se refiere a introducir cambios positivos y aplicarlos ya sea a productos, servicios, procesos o prácticas, nuevos o ya existentes dentro de un ámbito determinado, y que a partir de este cambio se produzca una mejoría en el incremento de la productividad o percepción pública. De cualquier forma, sea a través de un nuevo producto o servicio, o la mejora de algo ya existente lo que se persigue es lograr mejores resultados y agregar valor unitario a la ecuación de productividad. La innovación no es tal si no es aceptada y reconocida.

Algunos la perciben como un resultado más que un proceso, y la verdad es que habría que poner énfasis en que la innovación a nivel macro es siempre el fruto de una actitud hacia el cambio y perfeccionamiento continuos.  Una actitud de estar abiertos al análisis y alertas sobre cómo se aplica el conocimiento en la concepción de un proceso que da origen a un producto o servicio.

Es promover una cultura hacia la innovación. Así como nada puede destruir más la innovación que la percepción de ser juzgado negativamente por sus jefes o pares, el promoverla es el resultado de un ambiente desafiante y que fomente la creatividad, la voluntad, la colaboración, la experimentación prueba-error, una buena comunicación, perder el miedo a la reflexión y contraste de ideas y, finalmente, el humor como representación del optimismo y coraje con que se debe enfrentar la vida. En definitiva, la innovación depende en un gran porcentaje de la creación de un ecosistema positivo dentro de la empresa o institución que la fomente como un valor y actitud ante la vida, como parte de su cultura, más allá de valorar lo novedoso.

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