Es incuestionable la importancia que ha tenido la manzana en el desarrollo de la fruticultura de Chile. Parte de la buena imagen que tiene nuestro país como proveedor mundial de fruta fresca se la debemos a esta especie, que se dice es una de las más completas en cuanto a su valor nutricional, ya que, gracias a su gran contenido de ácido málico y tartárico, facilita la digestión de alimentos altos en grasas. Debe ser esta la razón por la cual los norteamericanos tienen un dicho muy sabio: “one apple a day, keeps the doctor away”.

Somos el principal exportador mundial del hemisferio sur en esta especie y hemos sido pioneros por muchos años en el desarrollo de nuevos mercados. Gran parte del camino recorrido desde los años ochenta para abrir mercados y crear una imagen de seriedad y solidez como proveedores de fruta fresca, se la debemos a esta especie. Sin embargo, hace cuarenta años era bastante más fácil abrirse camino. Se podría decir que existía entonces una demanda insatisfecha, por una parte, y por la otra, una capacidad ociosa, y por lo tanto de recursos inexplotados, sobre todo desde el punto de vista de los recursos naturales. Hoy en día la situación es justo la opuesta. Conocemos nuestra capacidad y hemos desarrollado la fruticultura profesionalizando cada aspecto de la industria. Sin embargo, así como nos hemos desarrollado nosotros, también lo han hecho otros, y quizás esta es la gran diferencia con respecto a cuarenta años atrás. Ya no estamos compitiendo solos por los mercados y cada vez es menor el espacio para desarrollarse y ampliarlos.

Chile está más inserto que nunca en los mercados internacionales, más conectado que nunca con sus clientes finales, pero debe encontrar las respuestas respecto a cómo seguir el desarrollo. Estamos enfrentados a los cambios en los mercados, a los gustos del consumidor, pero sobre todo, a las grandes problemáticas del mundo actual. Preguntas como, por ejemplo, ¿qué nos conviene más, dejar de ser productores de variedades commodities, que cada vez tienen mayores riesgos de comercialización debido a su alta oferta en los mercados internacionales o convertirnos en un productor de variedades club, de mercados nicho, con una calidad super premium? ¿Construir quizás un reconocimiento tal, de manera que la fruta chilena sea en definitiva un sello de calidad en sí misma, solo por su origen? No tengo la respuesta, pero creo que cada vez existe menos espacio para la comercialización de fruta como commodity y que la tendencia debería ir hacia la especialización en calidad “super premium”, lo cual no está tampoco exento de problemas.

Sin embargo, un aspecto primordial y que tendrá cada vez mayor peso relativo en todo el mundo para la producción de alimentos y que será fundamental en la decisión de compra de los consumidores es el cumplimiento o no, como mercado productor, de un piso de medidas. El consumidor de productos de calidad, ya no está dispuesto a comprar a ciegas, solamente porque el producto satisface cualidades en sí mismo. Al consumidor de hoy, y más aún al de dentro de diez años, le interesa que ese producto haya sido elaborado y producido de acuerdo a todas las normativas de cuidado del medio ambiente, a todas las normativas laborales que protegen a los trabajadores y la calidad de vida de las personas involucradas en su producción, a las normativas sobre seguridad e inocuidad alimentaria con respecto a residuos tóxicos en alimentos y, por último, al bienestar animal.

En definitiva, si queremos seguir siendo exitosos en la exportación, no sólo de manzanas sino de toda nuestra industria de alimentos frescos y procesados, deberemos pensar en cómo construir una nueva y sólida identidad productiva para que cuando se hable de la calidad de la fruta chilena, el significado de calidad incorpore todos estos aspectos, que sin dudas serán reconocidos por el consumidor final.