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Julio Rodiño Durán

Director Editorial

Edición

Cuando lo sustentable es la ética

Es sorprendente cómo a veces una idea o concepto despierta críticas y resistencia, pero con los años e incluso décadas termina por ser una de las bases del desarrollo económico y social. En 1987, como primera ministra de Noruega, la doctora Gro Harlem Brundtland utilizó por primera vez el concepto de sustentabilidad y sostenibilidad. Fue en el marco de un informe presentado a la ONU y titulado Nuestro futuro común. El informe alertó sobre las consecuencias medioambientales negativas del desarrollo económico y la globalización, como se entendía hasta ese momento, y trataba de exponer principalmente soluciones a los problemas derivados de la industrialización y el crecimiento poblacional. El término “desarrollo sostenible” se definía como “el desarrollo que satisface las necesidades actuales de las personas, sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas”. Simple y directo.

Esta idea o concepto de desarrollo en su momento generó una resistencia porque se percibió como indeterminada, abstracta y políticamente de izquierda dado que cuestionaba el consumo indiscriminado al expresar que el ser humano debía renunciar a ciertos niveles de consumo a los que no todos los individuos podrían aspirar. Se percibió así también porque el concepto de desarrollo sostenible tiene como fundamento valores y principios éticos y morales que debían precisarse. Para esto vinieron más adelante conferencias mundiales en las que participaron todos los países a través de sus gobernantes y principales referentes científicos y técnicos en cuestiones medioambientales y económicas. Más tarde, en 1992, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (Cumbre de la Tierra) en Río de Janeiro y luego en 1997 en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), con el Protocolo de Kioto estableció finalmente un acuerdo internacional que le entregó a este concepto un carácter más técnico en el que, entre otras cosas, la emisión de gases tóxicos a partir de la actividad industrial debía reducirse paulatinamente hasta llegar a niveles aceptables para un desarrollo sostenible. Se estableció entonces que las emisiones de seis gases que provocaban el recientemente acuñado término de “efecto invernadero” causaban el también nuevo concepto de “calentamiento global”, por lo que debían reducirse de forma drástica. Principalmente se referían al dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el óxido nitroso (N2O) y otros tipos de gases industriales fluorados. Se acordó una reducción de al menos un 5% de estas emisiones entre los años 2008-2012 en comparación con las emisiones de 1990. Este protocolo no estuvo exento de polémica y recibió críticas sobre el uso del término “desarrollo sostenible”, que se había convertido y vaciado de sus principios éticos y morales hasta convertirse en una mera carta técnica medioambiental y utilitaria.

A pesar del paso del tiempo y la evolución de algunos conceptos, esta polémica ética y política sobre el crecimiento económico y el desarrollo integral de los países y del mundo se mantiene. Basta con analizar muy por encima el discurso de hoy del presidente Trump para advertirlo.

En contraste, existe una preocupación a nivel mundial que se refleja en un mínimo común denominador en el que todos nos hemos puesto de acuerdo: el desarrollo sostenible implica conciencia y responsabilidad sobre materias tan importantes como la conservación del medio ambiente, el bienestar humano y la responsabilidad social. Y lo que en el marco de grandes políticas y negociaciones entre estados, tal como se criticó en su momento, un concepto puede anclarse más en lo técnico, es en los protagonistas del día a día que se pone en práctica lo ético y lo moral. En sus historias, en sus decisiones, en ellos. Esta edición de Mundoagro presenta a quienes creen que vale el esfuerzo de apostar a las energías renovables, aquellas que no producen residuos contaminantes y que son fundamentales para el desarrollo sostenible tal como es entendido hoy. Los agricultores que dan energía a la agricultura del futuro.

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