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Julio Rodiño Durán

Director Editorial

Edición

Destino inevitable

¿Representa el mercado nacional una alternativa real de comercialización para un fruticultor o para la fruticultura en su conjunto? Si hablamos de la agricultura en su conjunto, la respuesta es obvia: no. Pero, ¿representa una alternativa para cierto grupo de agricultores? Son preguntas que surgieron sobre todo hace unos años, al comenzar a ver en las estanterías de los supermercados chilenos, ya con bastante más frecuencia que antes, fruta de diferentes orígenes. Uvas, duraznos, nectarines, cerezas del de EEUU y ahora último muchas paltas de origen peruano, sólo por mencionar algunos ejemplos.

Durante mediados de los años ochenta tuve una larga conversación con un profesor investigador de pomáceas de la Región de los Ríos. Este profesor había dedicado en Valdivia gran parte de su vida al mejoramiento genético de algunas variedades autóctonas de manzanos del sur de chile. Variedades que estaban muy bien adaptadas a climas húmedos, de recurrentes lluvias y de muy buena adaptabilidad también a los suelos trumaos del sur de Chile.

Eran tiempos en que se veneraban al máximo las bondades de orientar en un 100% la planificación de un huerto hacia el mercado de exportación, incluso para una región determinada del mundo, con una determinada cualidad de sus frutos que lo hacía apetecible al gusto de los consumidores de esa región. No recuerdo exactamente qué variedad era, pero se hablaba de que la manzana Jonagold o Brabeburn sería un suceso en los mercados asiáticos y del oriente.

Pues bien, este profesor local pregonaba a los cuatro vientos un modelo totalmente distinto. Él se la jugaba por planificar huertos orientados a la industria nacional de pulpas, por ejemplo. Decía que en los suelos baratos del sur, era muy factible económicamente orientar un huerto de estas variedades autóctonas para la producción en volumen. Casi sin fijarse en el calibre y en las cualidades visuales de la fruta, sino más bien en sus cualidades organolépticas y en producir, sobre todo, mucho volumen. En ese entonces, se hablaba de que este modelo le permitiría a un productor cosechar unos 150.000 kilos de fruta para ser industrializada, ya sea como mermelada, pulpas de jugo u otro destino industrial. Con un precio promedio por kilo pagado a productor que anduviera cerca de los 30 centavos de dólar por kilo producido y con un promedio de costo de producción de 10 centavos, al agricultor le quedaba un margen por hectárea de 20 centavos por kilo, lo que multiplicado por los 150 mil kilos de producción daba como resultado un margen bruto operacional por hectárea en dinero que, expresado en pesos de hoy, sería 18 millones de pesos por hectárea.

Sin duda que el modelo no está nada de mal si los cálculos están bien hechos. El tema es que el profesor no se daba por enterado de que esta era también una exportación indirecta. El concentrado de pulpa de manzana era en un 90% un producto chileno de exportación, que por cierto todavía lo sigue siendo.

Pensemos por un momento en algunos datos duros: al año 2011 Chile cuenta con una superficie frutícola de 285 mil hectáreas y el destino de exportaciones representaba un 64% del total producido. Si proyectamos esta cifra al año 2015, para alimentar a nuestra población de 17 millones de habitantes necesitamos sólo un poco más de 100 mil hectáreas. Es decir, un 0,05% del total de superficie cultivable (incluida la forestal) en Chile. Al parecer, no nos queda otra alternativa más que seguir mirando al mercado externo.

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Robert Edition

6 minutes ago

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