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Julio Rodiño Durán

Director Editorial

Edición

La magnitud del cambio

El negocio agrícola tiene aspectos muy particulares e inherentes, por supuesto, a su naturaleza. En contraste con el empresario manufacturero que al proyectar una fábrica de zapatos o de muebles se puede permitir cambios tecnológicos progresivos dentro de un mismo esquema o estructura de producción, el agricultor está mucho más restringido.

Para el industrial manufacturero, lo que fue planificado inicialmente de cierta manera tiene bastante flexibilidad en la adaptación a nuevas tecnologías y no existe, por lo general, una variable que condicione o impida la adopción progresiva de tecnologías, diseños o sistemas de producción.

Esta problemática que parece simple, se rigidiza mucho cuando hablamos de fruticultura. Financieramente hablando, la vida útil de un huerto frutal se planifica en un horizonte de, al menos, veinte años.

Cualquier economista agrario o agrónomo al proyectar la inversión de una plantación frutal en un flujo de caja sabe que las variables a considerar, las únicas válidas, son las que puede obtener al analizar los últimos años de comportamiento de esa especie en el mercado, digamos cinco años al menos, y las expectativas o proyecciones que esas mismas variables permiten suponer o predecir en el tiempo, digamos en un horizonte de otros cinco años por delante.

Hasta aquí vamos aparejados con el sector industrial manufacturero puesto que ellos pueden perfectamente utilizar el mismo criterio para proyectar sus flujos y su inversión al momento de asumir los tiempos del proyecto económicamente hablando.

La gran diferencia está dada cuando analizamos los aspectos técnicos no financieros del proyecto.

Aquí es cuando el negocio se transforma en una apuesta de muy largo plazo. El agricultor o agrónomo debe decidir en ese instante y según criterios agronómicos y de mercado del momento por especie, variedad, porta injerto, diseño de huerto (número de plantas incluido), sistema de poda, sistema de riego y estructura de soporte si la hubiera. Todas estas decisiones al unísono condicionan de manera restrictiva la flexibilidad en la adopción de nuevas tecnologías por los próximos veinte años. Aquí es cuando el agricultor se “casa” con una especie, variedad y, en síntesis, con un sistema productivo. Es por esto que se dice que esta actividad, tiene mucho que ver con una forma y un estilo de vida y, sobre todo, con un “ritmo” de vivir los negocios, por cierto muy distinto al de Wall Street.

En el caso específico de los huertos de manzanos los cambios en estos últimos diez años han sido tan abrumadores que provocaron una crisis en el sector productivo tradicional. En este caso las variables analizadas hace quince o veinte años, al proyectar un huerto no permitieron predecir tal magnitud de cambios en el mercado.

La cuestión de fondo es que todo cumple su ciclo y el ser más productivo, no quedarse atrás, adaptarse a lo que el mercado requiera y a la competencia por parte de nuevos actores es siempre una terea pendiente. En esta edición analizaremos si la solución es una cuestión de maquillaje o si requiere una cirugía plástica mayor.

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