Hay cifras que no mienten y hay momentos en la vida que son bisagras porque la realidad se impone como una bofetada que nos da vuelta la cara. Esto, que suena duro y que duele, es lo que ocurre con la situación del agua en Chile. Cada año que pasa tenemos la esperanza de que el invierno en curso pueda revertir la situación de los doce últimos años de sequía y que, sin duda, son evidencia de una realidad ya indiscutible. Existe un cambio de los balances hídricos a nivel global que está agravado por la ineficiencia en la utilización del recurso, en todas las actividades del ser humano.

Partamos por una gran verdad. La actividad agrícola es responsable de al menos un 70% del agua que se utiliza en todas las actividades humanas a nivel global. Esto, que para algunos puede sonar una locura y una desproporción, tiene una justificación técnica, social y demográfica clara. La agricultura es la fuente primaria de alimentación para el ser humano, sin la cual no podríamos ejercer otras actividades, puesto que es también un medio esencial de traslado de los nutrientes y de gran parte del agua que el ser humano consume para sobrevivir. Desde un punto de vista de percepción social, a esta realidad se suman los que no entienden esta problemática y critican la actividad desde una percepción a nuestro parecer errada, de grupos que apuntan los dedos hacia los agricultores como responsables de desperdiciar y mal utilizar, o incluso a veces, acumular el recurso. No me voy a referir en esta editorial a estos últimos puesto que considero que la realidad y la verdad se impondrá por su propio peso para demostrarles cuán equivocados están.

Sin embargo, esta misma realidad se impone y nos pega fuerte en otros ámbitos. Hay datos técnicos que son preocupantes y que nos dicen que, si no actuamos ahora y para siempre, la crisis que hoy atravesamos, podría convertirse fácilmente en una catástrofe. Según un estudio encargado por el Ministerio del Interior en 2015, 110 acuíferos de los más importantes de Chile presentaban una demanda comprometida superior a su recarga, con derechos de aprovechamiento de agua que superaban en seis veces la disponibilidad real del recurso a nivel nacional (eh2030, 2018). Se suma que, dentro de los balances hídricos globales, Chile se ubica entre los treinta territorios del mundo con mayor estrés hídrico, donde se destaca al país como la única nación latinoamericana que pasará a un estrés hídrico extremadamente alto al año 2040 (WRI, 2015).

Nuestro mensaje como medio de comunicación especializado en el agro debe ser claro, contundente y movilizante. A través de las páginas de este número, queremos dar cuenta de la situación, pero más que todo, de las soluciones para superar esta realidad. Dicen que el futuro no se predice, se construye. Y en ese mismo sentido, nuestro humilde aporte es hacer lo imposible para contactar y presentar las ideas de los más valorados expertos en la materia. Hasta ahora, todo indica que debemos trabajar paralelamente en varios frentes, sin embargo, hay tres ejes predominantes que atraviesan todas las soluciones propuestas. El primero es mejorar sustancialmente la gestión de cuencas a través de la aplicación de tecnologías de medición. El segundo es implementar un modelo general de gestión de cuencas para todas las actividades donde se utilice el agua como factor de producción, lo que incluye mejorar significativamente la legislación y gobernanza sobre el agua. Y el tercero, y el que quizás podría traer resultados más rápidos, es mejorar dramáticamente la eficiencia en la utilización del recurso. Todo indica que, a mediados de siglo, el manejo más eficiente del riego y de las cuencas, tendrá más relevancia en la solución, que los impactos negativos del cambio climático en Chile. Así las cosas, parte de la solución está en nuestras manos, incluso en estas mismas páginas.