Al principio fue todo una novedad. Casi una rareza. Algunas pocas hectáreas que buscaban experimentar lo que en otros países, como Nueva Zelandia, era habitual. La remolacha, que en nuestro país es sinónimo de azúcar y parte de todas las recetas dulces o la tasa de café por la mañana, de repente pasaba a formar parte de la dieta del ganado. Aunque claro, no se trata de la misma variedad sino de una forrajera.
Por la composición nutricional del cultivo, la propuesta era tentadora. Pero antes había tres desafíos. El primero, adaptar el cultivo y su conocimiento a las condiciones locales. El segundo, convencer a los agricultores. Y el tercero, convencer al ganado, acostumbrarlo a su gusto y sus formas de ingerirlo. A medida que estos desafíos fueron quedando atrás, lo que se empezó a ver es cada vez más y más predios que se atreven a intentarlo como alternativa de cultivo suplementario de invierno, con altos potenciales de rendimiento, calidad y la posibilidad de obtener una alta utilización en pastoreo directo.
Fotografía: Mauricio A. Salazar Sperberg.